Un hombre se ha propuesto reconstruir la casa que quedaba enfrente al hogar de su niñez: una vieja casona semiderruida. Ha decidido trasladarse a la casa durante las obras y vive allí sin un solo mueble, durmiendo sobre los bultos de escombros. Las inclementes lluvias han retrasado los trabajos. Es durante las noches que, atacado por un insomnio pertinaz, conversa con las ratas que habitan la casa. A ella les confiesa sus planes sobre la casa y sus frustraciones. Entrada la noche les abre su corazón y comienza a recordar y a reflexionar sobre sus recuerdos, como quien piensa en un largo viaje que está por terminar. ¿Podrá imaginarse el lector la soledad en que este hombre se encuentra? De día recorre las calles de Medellín con un taxista, al que ha obligado a volverse mudo, en busca de los materiales para reconstruir la casa. Su intención es rehacerla lo más fiel a sus recuerdos. Después de vivir muchos años en México decidió regresar a su Medellín natal atraído por los recuerdos y los fantasmas de su infancia. Al llegar se ha encontrado con una ciudad distinta. La apacible villa de cien mil habitantes, se ha convertido en la pujante ciudad de tres millones de almas. El desconcierto no ha podido ser más grande. La metrópolis de hoy aterra al hombre de ayer. Él se desahoga con sus nuevas amigas, las ratas de la casa, y ve con horror cómo las casas viejas de sus recuerdos comienzan a caer ante el empuje de un futuro que quizás él no alcanzará a ver. “Una metáfora, según él mismo, de todas las empresas humanas”.