Publicada en 1949, esta breve novela supone uno de los testimonios más conmovedores y lúcidos del desgarramiento bélico en el bando perdedor. El protagonista, un soldado alemán católico, toma en Alemania un tren que le conducirá al frente polaco. El convoy está lleno de muchachos con uniformes nuevos de candidatos a la muerte. Al tomar el tren, el soldado tiene el convencimiento de que morirá dentro de unos días, en un punto concreto de Polonia situado entre dos ciudades. La voz interior que le avisa de su inminente muerte – Pronto voy a morir – le acompaña durante el trayecto, en un viaje que va a suponer un hondo examen de conciencia de su vida pasada. Siente la necesidad de arrepentirse de sus pecados grandes y pequeños, incluso de aquella vez que en la escuela escribió mierda en la estatua de Cicerón para hacerse el gracioso. Pero a pesar de su honradez al repasar la propia vida, no consigue llorar. Hace tres años y medio que no llora –desde que estalló la guerra- y pide a Dios que le conceda la gracia de llorar .