Toda elección contiene arbitrariedad y por lo tanto la posibilidad de errar: el azar en cambio no comete errores.
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La relación entre la culpa y el castigo se vuelve pura y, como tal, purificadora. En efecto, no sólo la culpa colectiva nace y se cancela en el ritual, sino que además el sacrificio del inocente anula un elemento intrínseco al castigo: el vínculo entre castigador y castigado. Si el castigado es un chivo expiatorio, la venganza ya no puede ser aquello que lo relaciona con su perseguidor. No hay ningún vínculo entre ellos.
Por lo tanto, el del chivo expiatorio es el único castigo perfecto.