Tiró las calzas a un lado de la alcoba, la almilla al otro. Zambulló la cabeza en agua. Se restregó bien las manos. Se cortó las uñas. Con no más de seis pulgadas de espejo y un par de viejas velas para ayudarse, se hizo vestir unos calzones carmesíes, cuello de encaje, justillo de tafetán y zapatos con escarapelas de adorno, tan grandes como dalias doble