El Iquique de hoy también nos pertenece, reapropiarnos de él es la tarea. Llenar el mall con nuestros olores y formas de caminar, con nuestra jerga –que siempre fue mestiza: guachimanes, chalequinas, paltós y lonches— e iquiqueñizar las nuevas palabras. El desafío en entender algo de Perogrullo: la identidad no se pierde se transforma. El iquiqueño del próximo siglo arrastrará la historia que nos dio identidad, pero también construirá con ella la nueva fisonomía, la del siglo que nos golpea fuertemente la puerta.