Un amigo le había mostrado un día lo que él denominaba gimnasia para la intelligentsia. Cogías una caja de cerillas y tirabas el contenido al suelo; después te agachabas y las recogías una por una. La primera vez que lo intentó perdió la paciencia y recogió a puñados todas las cerillas. Perseveró, pero la vez siguiente, justo cuando se estaba agachando llamaron por teléfono y le requirieron de inmediato, por lo que el ama de llaves recibió el encargo de recogerlas en su lugar.