Estar dentro de una fortaleza de cristal y darse cuenta de que los muros empiezan a resquebrajarse. Ser conscientes durante unos segundos, sentir la fragilidad provocada por la sacudida y seguir bailando. O empezar a bailar para espantar el miedo, para negar la insoportable sensación de vulnerabilidad.
Los relatos que componen este libro giran en torno a esa sensación con el mismo ritmo recurrente de un minué de Boccherini. Los personajes saltan de una historia a otra, se cruzan, se rozan, se iluminan, se apoyan para no caerse. Bailan mientras las bombas de largo alcance —el terrorismo, la inmigración, la crisis económica…— escapan de las pantallas y empiezan a explotar dentro de los muros, a tan solo unos metros. Bailan mientras los dramas personales —el abandono, el desamor, la muerte de los amigos, …— les golpean en la línea de flotación, sin hundirles.
Bailamos y sonreímos. Como si no fuera verdad.