En la ducha su propio cuerpo parece distinto. Hay una fatiga y un placer de los ritos: del desvestirse, del agua caliente, de la desnudez. Como en los días del reflejo, cuanto más cercano, cuanto más fascinantemente cercano, más prestado le parece ese cuerpo: los huesos de la pelvis, esos dos promontorios desiguales, las venas azules de la doblez del codo, la x tumbada en el interior del ombligo, la tarea perversa de tener que lavar todas esas cosas para que sigan teniendo una dignidad, de hurgar en cada intersticio para rescatar la mugre que la vida deja en ellas, el miedo de no sentir nada y, superpuesto, el placer del agua y el jabón,