El último día de la vida anterior

Decide entonces esperar un poco, solo un instante, lo suficiente para asegurarse de que le llama una tercera vez.

Y así sucede: echa un vistazo por la ventana.

–Manuel –dice

Una de esas personas le gusta más que los otros. Le gusta de una manera casi rendida, como si ella le hubiese elegido a él en vez de él a ella. Un día le hace un dibujo, otro le pide que se corte el pelo. Es ella, sobre todo, la que más le habla

Le parece, es extraño, que en ese tránsito hay también otras personas, gente que a veces le roza y cuya presencia siente como un murmullo. Es como si también ellos vivieran allí, en esa interrupción

Algunos son amables, otros quieren saber cosas. Unos huyen de él cuando advierten su presencia, otros le preguntan quién es, por qué está ahí. Tienen miedo. A veces, para esquivarlos, basta con no prestarles atención, otras veces no cejan, le persiguen, y entonces tiene que esconderse en lugares que solo él conoce

Si los piensa con mucha intensidad, también ellos parecen quedar fijos por un instante en la casa, repitiéndose en bucle como el resto de su familia, pero luego se desvanecen

la pura nostalgia natural de cualquier cosa que se cierra, por pequeña o poco memorable que haya sido

ira esas líneas que no verá más, trata de retener en la memoria esos labios y esa expresión inadecuada, de recobrar la nobleza de esa nariz y de la frente

Piensa que los hombres como él se pasan la vida huyendo de esas situaciones, por eso siempre las afrontan mal, y que las mujeres como ella se pasan la vida esperándolas, por eso siempre tienen la sensación de que ya han sucedido.

En la ducha su propio cuerpo parece distinto. Hay una fatiga y un placer de los ritos: del desvestirse, del agua caliente, de la desnudez. Como en los días del reflejo, cuanto más cercano, cuanto más fascinantemente cercano, más prestado le parece ese cuerpo: los huesos de la pelvis, esos dos promontorios desiguales, las venas azules de la doblez del codo, la x tumbada en el interior del ombligo, la tarea perversa de tener que lavar todas esas cosas para que sigan teniendo una dignidad, de hurgar en cada intersticio para rescatar la mugre que la vida deja en ellas, el miedo de no sentir nada y, superpuesto, el placer del agua y el jabón,

era maravilloso tener una esclava, pero mucho más serlo, mucho más haber sido cruel para ahora sentir el miedo de la revancha, mejor el miedo que el poder, mejor ser objeto que tener un objeto, mejor estar a punto de recibir una orden que darla, perder por completo la voluntad antes que sentir su peso