Goethe habla en 1826 de la «imperfección del escenario» de Shakespeare. Dice: «No hay ni rastro de la exigencia de naturalidad que se ha ido generalizando poco a poco, gracias a la mejora de la maquinaria, del arte de la perspectiva y del vestuario.» Y pregunta: «¿Quién aceptaría hoy algo parecido? En aquellas circunstancias, las comedias de Shakespeare eran cuentos extremadamente interesantes, contados por varias personas que para causar un poco más de impresión se caracterizaban con maquillaje, se movían de un lado a otro según convenía, y entraban y salían, pero dejaban al espectador la libertad de imaginar a su gusto el paraíso o un palacio sobre el escenario vacío.»