Cuando me pierdo en la niebla de la desesperación pienso que lloro demasiado para ser una buena compañera, madre o persona, que hay algo en mí irremediablemente estropeado, que cualquier alivio —¡un día alegre!, ¡un poema!— es temporal y, en cierto modo, falso. Pero eso es la niebla cumpliendo su función, haciendo que todo parezca más grande y grotesco. Cuando la niebla se dispersa puedo señalar hacia arriba y decir: «Mira, es una nube».