El libro de las lágrimas

La mayor parte del llanto es nocturno. La gente llora de cansancio. Pero qué horrible es oír decir a alguien: «¡Sólo está cansada!». Cansada, sí; pero ¿«sólo»? No hay nada de «sólo» en eso.

Ovidio preferiría que tanto yo como otras mujeres nos contuviésemos:
No hay límite en el arte: en el llanto hay que llorar con
[gracia,

aprender a derramar lágrimas sin perder la compostura.

Por tanto, los acontecimientos de una vida podrán reducirse a una rauda simetría: caer, llorar, caer. Si nos da por simplificar.

Una caída es elemental, primaria, básica. Es, en palabras de Anne Carson: «Nuestro movimiento más primigenio. Como dice Homero, el ser humano nace cayendo entre las piernas de su madre. Al suelo. Y volvemos a caer al final: lo que empieza en el suelo acabará penetrando eternamente en él».

Robert Desnos a su amada. «He soñado tanto contigo que mis brazos, habituados a cruzarse sobre mi pecho para abrazar tu sombra, quizá no sepan adaptarse a la forma de tu cuerpo»

¿Qué le diré? «He soñado tanto contigo que ya no eres real»,

Quizá no podemos conocer las verdaderas razones de nuestro llanto. Quizá no lloramos por, sino cerca o alrededor.

«No te preocupes, querida, los caminos del Señor son inescrutables

Si quiero llorar, no puedo. Si no quiero llorar, lloro sin parar. Quizá tendría que haberme dejado llevar, someterme al impulso de las lágrimas. Considero el asiento vacío de al lado como una bendición.

Pero sé que tengo que dejar de llorar el tiempo suficiente para recobrar la capacidad de volver a imaginar posibilidades.