Todas las magulladuras que habían recolectado a su paso por la tierra (recogiendo, limpiando, cargando, plantando, encorvándose, arrodillándose, picando, mondando), siempre con críos pequeños estorbando entre los pies.
Pero hubo un tiempo en que habían sido jóvenes. La fragancia de sus axilas y de sus grupas tenía un adorable trasfondo almizcleño; sus ojos habían sido furtivos, sus labios estuvieron relajados, y la delicada posición de sus cabezas sobre aquellos esbeltos cuellos negros no podía compararse a otra cosa que a la de una gacela. Sus risas fueron más una caricia que un sonido.