verdad? —convino él.
—No soy un milagro, Cyrus. Ni un regalo, ni una correa para controlarlo. Sé que le importo, pero también sé que un día seguirá su vida sin mí. Seré yo quien desaparezca.
Él se adelantó un peldaño y se detuvo frente a ella. Se encontraban a la misma altura y a Kate le resultó imposible ver más allá de esos ojos del color del hielo.
—Puede que solo seas un parpadeo en su larga vida, pero un gesto tan simple y humano puede deshacer las lágrimas.