En cierto modo yo siempre procuraba no hacer demasiadas indagaciones, porque temía acabar sabiendo cosas que interfirieran en la escritura, que mi lealtad con lo verdadero superase a mi lealtad con el texto. Claro que tenía en cuenta la realidad en todo momento, me atravesaba como una brisa, sin importar lo que pensara y opinara yo; sin embargo, no quería verme en la tesitura de tener que subordinarme a ella. Tal vez no hubiera comprendido todavía lo que era la escritura, y que, como todo acto narrativo, implicaba un hacerse con el poder. Que con independencia de quién fuera yo y de cómo me sintiera, era una persona que escribía, que describía a otros y el mundo y, por tanto, los poseía del mismo modo que la lengua y las historias siempre me habían poseído a mí.