El teatro que se realizó en la Nueva España durante tres siglos recorrió los mismos caminos que los de la península: del Renacimiento al neoclasicismo, pasando por el incomparable momento barroco que representa el Siglo de Oro. A pesar de su desarrollo paralelo con la metrópolis, la literatura dramática novohispana fue incorporando las realidades humanas y sociales que configuraron una personalidad propia en los corrales y coliseos virreinales. En el Coloquio de Jonás, de Fernán González de Eslava (1534–1599), se combina la enseñanza moral con el mito bíblico y con un divertido cuadro de costumbres. La loa para El divino Narciso, de Sor Juana Inés de la Cruz (1651–1695), revela mucho del poder que ella tenía, tanto para expresar una visión de la Conquista con una ideología ambigua, llena de significados múltiples y diversos, como para proyectar esa visión con una fuerza escénica digna de su gran pluma, la última del Siglo de Oro. Y en la Pastorela en dos actos, conocida de manera popular y errónea como La noche más venturosa, José Joaquín Fernández de Lizardi (1776–1827) recurre a los procedimientos propios de la escena neoclásica para ponerlos al servicio de su proyecto de creación de una nueva identidad nacional. En suma, tres brillantes momentos que contribuyeron a fundar una identidad dramática y escénica en México.