¿Cuál es el papel del autor? ¿Debe prevalecer su criterio respecto de su obra o, una vez escrita, compuesta, ésta debe ser «patrimonio público», no en un sentido económico, sino artístico? ¿Puede consentir el novelista una traducción inapropiada de sus palabras? ¿Y el músico una alteración de sus arreglos? Pero, al tiempo, ¿no es eso lo que hacemos de continuo adaptando las obras de Shakespeare o Sófocles a nuestros tiempos? ¿No es eso lo que ayuda a mantenerlas vigentes y a que después de tantos siglos podamos seguir admirando su genialidad? ¿No es lícito que Picasso tomara como modelo «Las Meninas» de Velázquez? A todas estas preguntas (y muchas más) pretende dar respuesta Milan Kundera en «Los testamentos traicionados».