—Simon… —Las lágrimas caían por sus mejillas sin control. Dio un paso al frente y enredó los dedos entre sus rizos rubios—. Amore, no, por favor.
—Aquí me tienes. De rodillas. Pero no lo hago en nombre de la pasión. —Tomó las manos de ella entre las suyas. Después se las llevó a los labios, las besó, las adoró—. Lo hago en nombre del amor.
Alzó los ojos y la miró, serio, contenido, en medio de aquel pasillo apenas iluminado.
—Juliana… por favor, cásate conmigo. Te juro que me pasaré el resto de mi vida demostrándote que soy digno de ti. De tu amor. —Volvió a besarle las manos—. Por favor —repitió en un susurro.
Y antes de que se diera cuenta, Juliana también estaba de rodillas, abrazándole con fuerza.
—Sí. —Buscó sus labios desesperadamente—. Sí, Simon, sí.
El duque la besó, sumergiendo su lengua en su ardiente cavidad, poseyendo su boca hasta que ambos se quedaron sin respiración.
—Lo siento tanto, mi amor —susurró él contra sus labios, atrayéndola contra sí, como si el hecho de estar tan cerca impidiera que volvieran a separarse.
—No, la que lo siente soy yo. No debería… haberte dejado allí… en el baile. No me di cuenta de lo mucho… de lo mucho que significaba para ti.
Él volvió a besarla.
—Me lo merecía.
—No… Simon, te amo.