una flor tenue, dulce al tacto y a las palabras, dulce a los
sentidos, a los débiles y moribundos sentidos;
una flor que se abrió bajo mis ojos.
Miré, entonces, hacia el milagro.
Dije que había llegado una hora de dulcísimo amor,
que el corazón, al fin, era la tierra y el agua, el maíz y el clavel,
que el corazón venía hacia mí,
hacia mi llanto imperfecto,
hacia el Desprecio.