En cierta forma no se equivocaban: tía Irene, le decía su abuela a Lina, había poseído desde la infancia la facultad de identificarse con todos los seres vivos por ínfimos que fueran, de penetrar en sus cuerpos y compartir sus emociones aumentando así su visión de las cosas y esa sensibilidad extrema, casi dolorosa, que sólo la música le permitía tolerar y únicamente en la música podía expresarse; muy pequeña