A fines del siglo xix, Inglaterra desbordaba de modernidad. Los nuevos medios de producción, llegados con la Revolución Industrial, transformaron al país y modificaron la vida cotidiana de las personas: trenes para viajar, diarios para informarse y un arsenal de objetos nuevos comenzaron a integrarse a una sociedad receptiva. También ese dinamismo contuvo clases sociales, la migración del campo a la ciudad en busca de trabajo y una nueva dinámica de ascenso económico.
Aun así, con tantas modificaciones, la moral victoriana mantuvo a la mujer en un plano casi decorativo. Las viudas de la época no podían dejar el luto por dos años en los que debían permanecer recluidas en sus casas, con las ventanas tapiadas, sin recibir visitas masculinas de ningún tipo. Ni siquiera luego de la muerte del marido, las mujeres podían disponer del propio cuerpo a voluntad.
Victory Brandon es una muchacha de veinte años que ha estado casada con el erudito barón de Lovelance. La diferencia de edad y el hecho de no haber elegido esa unión hicieron que, para ella, el matrimonio no tuviera que ver con el deseo. Pero no podía decir que no había habido compañerismo y afecto. Viuda reciente, rica de pronto, Victory deberá enfrentar el rigor del luto para evitar la condena social, para evitar que la llamen “viuda alegre”.
Sin embargo, seis meses de reclusión la empujan a irse de allí. Es, apenas, una muchacha que anhela conocer el mundo exterior. Entonces, viajará de improviso a Londres. Allí conocerá la doble moral que rige a la sociedad victoriana: bailes de máscaras llenos de erotismo y traición, relaciones extramatrimoniales, nobles venidos a menos que buscan la redención en un matrimonio ventajoso. También, en ese viaje, conocerá el deseo y deberá confrontarlo para poder llegar a ser la mujer que quiere.
Alexandra Risley pinta un fresco de una época llena de contradicciones en la que las mujeres deben luchar para hacerse un lugar en una sociedad no del todo preparada para aceptarlas.