PREÁMBULO
Arenales de Tonalá, esteros de Mapastepec, pampas del Quexexapa y del Zacualpa sucio, lagunas de Zacapulco —criadoras de garzas—, montañas de Huehuetán, cacaotales del Soconusco, Suchiate manchado de sangre.
Es la costa de Chiapas, reclinada en la sierra limpia y bañada por el Pacífico majestuoso.
Arriba, los cafetales sombríos y olorosos, los caminos bordeados de tulipanes y té limón, los ríos limpios como venados entre las piedras.
Abajo, las aguas de los esteros se pudren inútilmente y la selva engendra la maldad en el corazón de los hombres. Abajo está la muerte entre los lodazales, están el oro fácil, el aguardiente y la sangre. Siempre la sangre.
Abajo reina la codicia. Ella mueve a los hombres, ella es la reina de la costa, destructora de impulsos. Porque en la selva húmeda no ha entrado la palabra de Dios ni el nombre de Cristo; y en los esteros y las pampas los hombres han arrojado a Dios de sus corazones para entregarse a la codicia, engendradora de males.
¡Costa de Chiapas! ¡Costa sin Dios y sin Cristo! Fértil esperanza de un mañana mejor.