Giorgio Agamben, en Infancia e historia, ya dijo que «los niños, esos ropavejeros de la humanidad, juegan con cualquier antigualla que les caiga en las manos y el juego conserva así objetos y comportamientos profanos que ya no existen». Cuando juegan, entonces, los niños traen de nuevo un pasado perdido y lo presentifican: ese también es un futuro anterior con el que convivimos.