Tras décadas de industrialización, nuestras ciudades, en sus dimensiones física y legislativa, son lugares orientados a la productividad. En ellas se puede repartir mercancías, publicitar un producto comercial o conducir para ir a trabajar. Pero son también un medio más hostil para las actividades no vinculadas a lo productivo: poder elegir dónde sentarse y descansar, usar un baño público, beber agua limpia sin pagar, respirar aire no contaminado, divertirse sin consumir o pasear sin mojarse cuando llueve son grandes hazañas en las ciudades actuales. El privilegio del que han gozado las actividades productivas y quienes las ejercen ha llevado a negar las diversas características biológicas y subjetivas de sus habitantes y el carácter multidimensional de la ciudad, convirtiéndose en un principio cultural y una práctica política. Esta constatación arroja sobre quienes diseñan y gobiernan la ciudad una gran responsabilidad: sus decisiones y su gestión reparten las oportunidades de forma desigual entre sus habitantes. Pero también abre un campo extenso de alternativas que pueden presentar una visión integradora de la economía, el medioambiente y la salud de una ciudadanía diversa. Este libro nos invita a pensar y repensar los modelos arquitectónicos y urbanísticos priorizando no tanto el saber técnico, formal y abstracto de sus profesionales como la dimensión pública y cívica de su actividad.