«Cuando empecé a escribirte no sabías leer. Ahora que lees lo que otros escritores escriben, quisiera, un poco ansiosa y un poco tímidamente, que transitaras este puentecito de papel y tinta que tiendo hacia ti, que nos encontrásemos en el medio, las dos ya de la misma altura, las dos ya calzando el mismo número de zapatos, las dos habiendo sufrido parecidos dolores, tú creciendo, yo tratando de volver hacia atrás, a los territorios del eterno verano azul y la interminable hora de la siesta. Aquellos territorios en los que jugábamos, de distinta altura y diferente número de zapatos, pero más iguales las dos de lo que somos ahora. Cuando empecé a escribirte no sabías leer, y yo creía que lo más importante para una madre era llegar a ser 'amiga' de su hija. Ahora sé que lo más importante para una madre es ser eso, una madre, la que hace y dice cosas que los amigos no hacen ni dicen, y quiero, Verónica, que leas estas palabras que escribí para que una madre y una hija se entiendan y se encuentren en la mitad del puente, abrazadas».