»Después de una larga caminata en busca del poderoso monarca, vio venir en su dirección una nutrida tropa de jinetes vestidos de rojo; su jefe, que era negro, le dijo “¿A quién buscas?” —“Busco al diablo para servirle.”—. “Yo soy el diablo. Sígueme.” Y hete aquí a Offerus incorporado a los seguidores de Satán. Un día, después de mucho cabalgar, la tropa infernal encuentra una cruz a la orilla del camino; el diablo ordena dar media vuelta. “¿Por qué has hecho eso?”, le preguntó Offerus, siempre deseoso de instruirse. “Porque temo la imagen de Cristo”. —“Si temes la imagen de Cristo, es que eres menos poderoso que él; en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo.” Offerus pasó solo por delante de la cruz y continuó su camino. Encontró a un buen ermitaño y le preguntó dónde podría ver a Cristo. “En todas partes”, le respondió el ermitaño. “No lo entiendo —dijo Offerus— pero, si me habéis dicho la verdad, ¿qué servicios puede prestarle un muchachote robusto y despierto como yo?” —“Se le sirve —respondió el ermitaño— con la oración, el ayuno y la vigilia.” Offerus hizo una mueca. “¿No hay otra manera de serle agradable?”, preguntó. Comprendió el solitario la clase de hombre que tenía delante y, cogiéndole de la mano, le condujo a la orilla de un impetuoso torrente, que descendía de una alta montaña, y le dijo: “Los pobres que cruzaron estas aguas se ahogaron; quédate aquí, y traslada a la otra orilla, sobre tus fuertes hombros, a aquéllos que te lo pidieren. Si haces esto por amor a Cristo, Él te admitirá como su servidor.” —“Sí que lo haré por amor a Cristo”, respondió Offerus. Y entonces se construyó una cabaña en la ribera y empezó a transportar de noche y de día a los viajeros que se lo pedían.