Cuanto más repugnante es el mundo, más fascinante es uno mismo. Y además, hablar de uno mismo no elimina ese placer, ya que lo fundamental es hablar de uno, y lo que se diga es secundario. Entonces la literatura (en este caso mejor decir la «escritura») no es más que un laboratorio en el que el autor puede estudiarse a sí mismo cuanto le plazca e intentar conocerse. Podríamos calificar esta tercera tendencia, tras el formalismo y el nihilismo, de solipsismo, que toma el nombre de esa teoría filosófica que postula que el propio yo es el único ser que existe. Es cierto que la teoría es tan inverosímil que está condenada a la marginalidad, pero eso no le impide convertirse en un programa de creación literaria. Una de sus recientes variantes es lo que se ha dado en llamar la «autoficción»: el autor se dedica también aquí a evocar sus estados de ánimo, pero además se libera de toda coacción referencial y goza así a la vez de la supuesta independencia de la ficción y del placer de darse importancia a sí mismo.