«Eres un samurái. Y, como tal, has de poder alcanzar la iluminación —le había dicho el abad—. Si no eres capaz de lograrlo, no serás más que escoria. En ningún caso podrás considerarte un guerrero. ¡Ja, ja, ja! ¿Qué? ¿Enfadado? —se había reído—. En tal caso, cuando alcances la iluminación, tráeme la prueba de tu éxito».