Por ejemplo, el curasao seco, al clarinete, cuyo canto es agridulce y aterciopelado; el cúmel, al oboe, cuyo timbre sonoro nasaliza; la menta y el anisado, a la flauta, a la vez dulce y picante, chillona y suave; mientras que, para completar la orquesta, el kirsch suena furiosamente como la trompeta; la ginebra y el whisky arrasan el paladar con sus estridentes estallidos de pistones y trombones; el aguardiente de orujo retumba con los ensordecedores estruendos de las tubas, mientras ruedan los golpes de trueno del címbalo y del tambor, golpeados con fuerza, en el velo del paladar, por los rakis de Quíos y los retsinas21.