Hay una ciudad terrestre: México; una ciudad celeste sobre la colina de las serpientes: Coatepec. El dios-colibrí, solar, Huitzilopochtli, guía los pasos de su tribu desde la isla y las Siete Cavernas del origen, pero nace, o renace, hijo de la diosa terrestre sobre la montaña de las serpientes.
La hermana del gran dios tribal es una maga lunar. El mito la hace perecer dos veces: una primera cuando su hermano el Sol la decapita y la desmiembra con su espada de fuego (se acaba apenas de descubrir por azar, en el centro de la Ciudad de México, un maravilloso monolito cuyos bajorrelieves representan a la diosa lunar literalmente hecha pedazos); una segunda bajo la especie de su hijo, cuyo corazón lanzado en los pantanos de la laguna dará nacimiento al nopal, símbolo de México.
Así, México es la Luna; Tenochtitlan, el Sol. Al concluir un pacto con el astro diurno, los aztecas, pueblo del Sol, se consagran a la guerra cósmica y a los sacrificios humanos, cuyo primer ejemplo es el asesinato de la diosa lunar y de los “Cuatrocientos Meridionales” (las estrellas del sur) cuando ocurre el nacimiento del Sol.
Nota