La copa que se tiene en la mano es un triunfo ya a nivel estético; su liquidez está en armonía con lo cotidiano, con la leche, el té, el café, el agua, y por tanto con la vida misma. Beber es algo natural, mientras que inhalar humo de hierba es muy distinto de respirar, como ingerir pastillas lo es de comer, y en la naturaleza no se da una picadura como la de la aguja, salvo la de un insecto. Un whisky de malta con agua mineral, una copa de chablis frío modifican la actitud pero sólo a pequeña escala, sin que se inmute la diáfana dimensión del mundo interior. Claro que hay que considerar la embriaguez, su grosería, vómito y violencia, y luego la cobarde adicción, el abandono físico y mental, y la muerte degradante y horrible. Pero ésas son las consecuencias del simple abuso que brota, como el burdeos de la botella, de la debilidad humana, de un defecto de carácter. No