A pesar de todo, Emma, siguiendo teorías que le parecieron buenas, quiso cultivar un poco el amor. A la luz de la luna, en el jardín, le susurraba todas las rimas apasionadas que sabía de memoria, le cantaba, suspirando, adagios melancólicos; pero, al final, ni ella estaba más excitada que al principio, ni Charles parecía más enamorado, ni más conmovido.