En realidad, Dios se ocupa de nosotros, piensa en nosotros a cada instante y nos da instrucciones a veces muy concretas. Esos arrebatos de amor que nos embargan el pecho hasta cortarnos la respiración, esas iluminaciones, esos éxtasis, inexplicables si se considera nuestra naturaleza biológica, nuestra condición de simples primates, son signos extremadamente claros.