Cuando comenzó a hablar, era de esperarse que Jesucristo condenara y castigara fuertemente a la humanidad, pues detectó todos sus defectos. Sin embargo, pronunció con la más alta elocuencia, palabras de dulzura y flexibilidad como nadie jamás lo hizo, ni antes ni después de Él. El perdón en su boca se volvió un arte; el amor se volvió poesía; la solidaridad, una sinfonía; la mansedumbre, un manual de vida.