i no se hace nada más, se tarda una semana, más o menos, en leer Ulises. Hay en ella muchas cosas que nos hacen reír; hay en ella extensos fragmentos que ponen en nuestros labios una permanente sonrisa de envidiosa admiración; hay en ella cosas auténticamente escalofriantes; hay en ella momentos en que tenemos la sensación de que se ha apoderado de nosotros. Hay en ella muchas palabrotas, muchos gritos y muchos temblores convulsivos. El libro tiene dos presencias principales, Stephen y Bloom. Al igual que su creador, Stephen es un virtuoso del hablar sin decir nada, un brillantísimo pedante:
Es susceptible de nodos o modos tan alejados como el hiperfrigio o el mixolidio, y de textos tan divergentes como los de los sacerdotes salmodiando alrededor del altar de David, no, es el de Circe; pero, qué me digo, es el altar de Ceres y David, que está en el establo, le explica a su bajonista principal que es justo que sea omnipotente.