¿Había otros muchos chicos nuevos en aquel curso, señor? —preguntó Linford con timidez.
—¿Eh? Pues… ¡Válgame Dios!… Yo no era un niño, qué va…, era un hombre…, ¡un joven de veintidós años! Y la próxima vez que vea a un hombre joven…, un maestro nuevo… que da su primera hora de estudio en el auditorio…, hum…, imagínese… lo que sentirá.
—Pero, señor, si tenía veintidós años, entonces…
—¿Sí? ¿Qué?
—Ahora debe de ser… muy viejo, señor