Pero los travestis, como advirtió Severo Sarduy, no imitan ni copian a la mujer –que en el fondo proclaman que no existe–, sino que simulan, encandilados y con lujo de exageración, su apariencia, los efectos que irradian; son capaces de extirparse una costilla con tal de producir esa parálisis boquiabierta que se esfuma tan pronto sucede. Las mujeres, en cambio, en el proceso interminable de construir su propia identidad, deben hacerlo de cara y a veces en contra de una serie de imágenes estereotipadas de lo femenino, de modelos y estándares consagrados por la tradición y la industria del espectáculo, no por espectrales menos tiránicas.