Discutir es bueno; mucho más de lo que se pueda pensar. La clave es discutir bien. La diferencia entre los matrimonies sanos y los enfermos no es cuánto discuten sino cómo discuten. Discutir no es un síntoma de una enfermedad, sino la expresión de una realidad viva, palpitante, en constante desarrollo, ajuste y crecimiento, llamada matrimonio.