—Yo sólo quiero decirles que este campamento ha sido muy provechoso para mí —saca una hoja y la desdobla—. Hice un resumen de los principios que aprendí. En el módulo de autoconcepto, entendí que mi principal obstáculo para proyectar buena imagen es la vergüenza, vergüenza de mis errores pasados, vergüenza de ser diferente a los demás, vergüenza de las mentiras que me han dicho y he creído. También aprendí que es imposible complacer a todos y no conviene sobrevalorar cuanto los demás piensan de mí; ¡ni siquiera debería regirme por la opinión de mis amigos, familiares o pareja! Mejor debo aceptarme y amarme como Dios me acepta y me ama. Ahora sé que soy única en el mundo, ¡original!, bella por el simple hecho de ser yo misma. También aprendí que debo poner límites ante las afrentas de gente envidiosa o agresiva, aunque esto pueda enemistarme con quienes no me respeten —consulta el papel; lee el siguiente punto—. En el módulo de autocuidado, aprendí que debo cuidar mi cuerpo, hacer ejercicio a diario, evitar vicios, esmerarme en vestir bien, arreglarme, maquillarme, ser limpia y cuidar la pulcritud de mi apariencia, sobre todo de mi cabello. También aprendí que las personas me califican principalmente mediante sus sentidos de la vista, del olfato y del oído; que mis palabras dan la mayor información sobre mí; que mi vocabulario, tono de voz y forma de expresarme, determinan ante el mundo la clase de persona que soy. Aprendí que decir mentiras me mete en problemas infinitos además de robarme el atributo más valioso que puedo atesorar: credibilidad. También aprendí que no debo ser arrogante, presumida o soberbia, pero tampoco deprimida, sometida o achicada, pues la personalidad más impactante se encuentra en el punto medio exacto entre la humildad y la confianza. ¡Nada fácil! Por último —vuelve a leer su hoja y sonríe un poco—, ya voy a terminar —se excusa—, en el módulo de autosustento, aprendí cómo las personas más extraordinarias son amigables, generosas y compasivas con los necesitados, aprendí que el servicio a los demás embellece; entendí, por otro lado, cómo la belleza hueca es desechable, cómo para desarrollar una personalidad bella necesito leer más libros, cultivar mi inteligencia y convertirme en una persona de verdadera sustancia. Hay un asunto más que no nos han enseñado, pero que leí en la carpeta de trabajo: las personas con mejor imagen proyectan paz en sus miradas y esa paz no proviene de atuendos, joyas o excentricidades, sino de un espíritu suave y tranquilo inspirado por la presencia de Dios en sus vidas… Bueno, disculpen tanta teoría, pero consideré importante decirlo. Lo que ocurrió con Tábata sólo me hizo reforzar cada uno de estos puntos.