De entre todas las personas que hicieron realidad la victoria aliada en la segunda guerra mundial hay una cuya historia resulta tan asombrosa, tan novelesca, tan espectacular, que cuesta creer que pueda ser cierta. Pero lo es. Su protagonista, Juan Pujol, nació en Barcelona a principios del siglo XX y desde muy joven demostró ser un artista del engaño y un feroz antinazi. Convencido de que estaba dotado para el espionaje, tras la guerra civil española se ofreció como agente doble a los Aliados, quienes no lo aceptaron en sus filas hasta que no demostró que los alemanes confiaban en él a ciegas. Los Aliados tenían sus razones para dudar: bajo el alias de Garbo, Pujol creó, para los servicios de inteligencia nazis, ejércitos hechos de aire, escuadras de barcos que únicamente existían en su cabeza y una red de agentes formada sólo por él mismo. Aunque su verdadera gran actuación consistió en hacer creer a los alemanes que el desembarco del día D tendría lugar en Calais, y no en Normandía, lo que facilitó el ataque aliado y el principio del fin de la segunda guerra mundial. Tras la contienda, y temiendo la venganza de los nazis supervivientes, Pujol huyó de Europa, hizo creer a su familia que había muerto y rehízo su vida con otro nombre. Durante casi cuarenta años, su paradero se convirtió en el santo grial de los historiadores del espionaje de la segunda guerra mundial. Pero el hombre que con su portentosa imaginación se había convertido en una pieza clave de la inteligencia británica aún tenía reservada una última y estelar aparición…