Kalpa Imperial. Libro II: El imperio más vasto

Extrañas profesiones eligen los hombres, ¿no creen ustedes? No quiero decir que haya oficios que son más pintorescos o más inesperados que otros. Quiero decir que las gentes no viven para ser, o tratar de ser, las mejores personas posibles, sino para agregar a su nombre títulos sonoros, secos y vacíos, ropajes falsos e innecesarios que terminan por suplantar a quienes aplastan y roban.

Adviertan ustedes que digo gobierno y no digo poder. Bah, el poder, decía ella y torcía el gesto, solamente el que se olvida del poder gobierna bien, decía. Y era cierto.

Te lo voy a decir, Señora, siempre que me prometas que lo has de olvidar enseguida.

—Sí —dijo ella—, lo prometo, palabra de gato.

Entonces, dicen, el viejo Z’Ydagg enumeró los veinte rumbos del mundo y la Emperatriz escuchó, y cuando el viejo terminó ella trató de olvidarlos. Y también dicen que lo consiguió, pero no del todo: dicen que hubo uno que no pudo olvidar; pero nadie, ni los contadores de cuentos, nadie parece saber cuál fue

Cuando los animales hubieron comido, ellos se sentaron alrededor del fuego y Nonne sirvió carne y caldo y arroz en los cuencos y El Gato preparó café y preguntó suavemente:

—¿Vas a contar una historia, padrecito?

—Una vieja historia —dijo Z’Ydagg—, muy vieja, de los tiempos en los que el mundo era joven y nadie sospechaba que iba a nacer en él el más poderoso y más vasto Imperio que conocería el hombre.

Por qué les voy a contar viejas fábulas que ya nadie cuenta, ni siquiera los contadores de cuentos?

Pero como ahora ya existía el tiempo porque existían las casas y los hombres y las mujeres y los barcos, veinte años duró el sitio

No estaba oscuro porque no había nada, y si no había nada tampoco había oscuridad, muchacho tonto —dijo el viejo—. Y no había quien tuviera miedo. Tampoco había silencio por eso mismo, porque no había nada, ni silencio. Y como no había silencio, se oían todos los ruidos y todos los sonidos que no habían empezado a sonar. Y como no había oscuridad se veían todas las cosas que no habían empezado a existir. Fue por eso, porque no había nada, que estaba ahí sin ser, todo lo que iba a haber en el mundo cuando hubiera mundo

Y yo te la contesto, hijo: el mundo es como es gracias a la locura de los hombres

Pero para consuelo y meditación de los hombres justos y las mujeres prudentes yo les voy a recordar a ustedes que es cierto, que tal como dice el sur caliente, verde, áspero y húmedo, no, no todo está dicho.

Los hombres y las mujeres del sur no eran precisamente un ejército, pero conocían la selva, el agua, la tierra, las hojas de la hierba y de los árboles, las raíces, los frutos y el viento, y estaban dispuestos a dar la vida si el que habían esperado y estaba allí luchaba con ellos.