El poeta, que tiende a captar en el acto mismo de la creación poética fragmentos de su propio destino (o, lo que viene a ser lo mismo, partículas de la realidad invisible), no elegirá sus palabras y sus imágenes conformándose a alguna ley de inteligibilidad en que haya convenido con el común de los mortales: elige aquellas sonoridades y aquellas alusiones, intraducibles para él mismo, que despiertan en él las ondas infinitas de una emoción reveladora; una flor, un color, uno de los nombres de Dios, hasta una sílaba, serán las cosas que, a causa de una asociación con el recuerdo personalísimo de un instante favorecido, quedarán cargadas para él de un valor afectivo. Para él solo, según parece al principio; pero si es un verdadero mago y si sigue con toda sinceridad esos como choques interiores que ciertas imágenes producen en todos los hombres, el milagro se producirá y el lector sabrá que el poema le habla de una realidad profunda