El hijo predilecto

Era libre. Ahora ya se le permitiría hacer cualquier cosa. A ella, que no tenía nada. Nada.

El mundo tal y como lo conocemos no es más que una gran ilusión que discurre en el vacío. No debemos dejarnos engañar por esa ilusión

Y a sus treinta y siete años, la única persona que estaba observando y juzgando a Kōko era ella misma. Era una obviedad, pero por fin se daba cuenta, y le sorprendió la soledad tan profunda que contenía esa verdad

«Te estás amargando tú sola», le habría gustado decirle. «Tú eres tu propia enemiga, estás luchando contra ti misma. Por mucho que un pájaro intente ser un pez, lo único que consigue es mojarse…»

Así como su hermana ocultaba su existencia a los chicos del colegio con los que salía, para Kōko él nunca fue un motivo de vergüenza. Al contrario, le parecía que el mundo en el que vivía su hermano era silencioso y libre, como el de los cuentos.

Pese a ser incapaz de enfrentarse a su día a día de forma responsable, o quizá precisamente por eso, se le oscurecía el porvenir cada vez que pensaba que quizá no se le había concedido el don de la crianza y no sabría mantener a su hija sana y salva.

madre más miserable, aquella que maldecía la existencia de su propia hija!

Siempre le tocaba enfrentarse a la imagen de espaldas de alguien querido que se iba sin que ella pudiera impedirlo, como un triste y constante recordatorio de su debilidad