En julio de 1945, apenas dos meses después de la caída de Berlín, se publicó un libro excepcional, pero que pasó prácticamente inadvertido en el alud informativo del momento. Su autor no era escritor profesional ni historiador ni periodista (de hecho, no volvería a publicar nada más), sino un joven español que se había traslado a Alemania en 1943 para estudiar ingeniería de caminos.
El tiempo, y los miles de obras publicadas sobre la Segunda Guerra Mundial, no le han restado valor a su testimonio, escrito en un estilo directo, sin énfasis retórico alguno, sin compromisos ideológicos. Los hechos que creíamos que nos habían sido contados desde todos los puntos de vista se nos ofrecen ahora con una perspectiva inédita.
Para conocer cómo vivió Alemania los años finales del nazismo, esta apasionante crónica, en la que abundan los «pequeños detalles exactos» que tanto le gustaban a Stendhal, vale más que muchos gruesos tomos de la historia oficial.
Los cien últimos días de Berlín, el conmovedor testimonio de un hombre común sobre unos acontecimientos que cambiaron el mundo, se lee hoy como un ejemplo del mejor periodismo, esa novela sin ficción.