Me acuerdo de cuando no pasaba nada. Me acuerdo de aquella edad de oro, esa convalecencia, los desayunos descongelados del burger, las tardes en sesiones dobles de películas malas de instituto y las noches, las noches de cuarenta horas, cincuenta horas huecas como el túnel de la risa, sesenta horas escribiendo sobre el gran Ronaldo, setenta horas de medianoche sólo interrumpidas por alguna llamada al móvil, un Nokia del noventa y tantos que sólo encendía un par de minutos al día, de madrugada, para comprobar de la que me había librado.