E incluso si unos cuantos años decisivos de estudios universitarios me enseñaron a escribir en párrafos claramente estructurados, con las debidas pausas, puntuación, sentido y disposición, para contribuir a la facilidad de la lectura, la vida rara vez sigue ese ritmo. En cambio, la vida sucede en ráfagas, repentinas explosiones de estímulos sensoriales que solemos llamar anécdotas.