Tenemos una ventana de unas cuantas décadas en las que los microbios basados en ADN conservarán la capacidad de desencadenar una virulenta epidemia capaz de acabar con una parte considerable de la humanidad. Pero en un momento dado —quizá dentro de diez años, o de cincuenta— la ventana se cerrará, y la amenaza se desvanecerá del mismo modo en que lo han hecho en el pasado otras amenazas biológicas más específicas: la poliomielitis, la viruela o la varicela.