Las páginas de estos diarios son una delicia. En ellas aparece, en el espacio de su intimidad, un Ignacio Manuel Altamirano (1834–1893) que hasta aquí daba la impresión de haber vivido exclusivamente para su personaje público, en la tribuna, el periodismo, las campanas bélicas, el ensayo, la crítica teatral, la declamación. Con la habitual inconstancia que caracteriza a los mejores diarios, Altamirano compiló varias decenas de cuadernos con sus actividades y reflexiones cotidianas, sus numerosos miedos y achaques y sus contados entusiasmos, siendo los más notables de todos los que llevó cuando se desempeñó como cónsul en París, en los que serían los últimos años de su vida. La selección de este volumen proviene de esa etapa. Por muchos motivos son una sorpresa, la menor de las cuales acaso no sea la de mostrar la humanidad, recia y frágil a la vez, del autor de novelas como Clemencia y Navidad en las montañas, así como de muchas y magníficas crónicas que lo sitúan en el corazón de los debates de la cultura en México en la segunda mitad del siglo XIX.