Prólogo
–¿Me perdonarás, Amjad?
Amjad Aal Shalaan apenas pudo mirar al hombre que acababa de formular la pregunta. Su padre, el rey, se alzaba ante él con traje de ceremonia y gesto sombrío. Sus ojos brillaban con una mezcla de arrepentimiento y cólera, agonía e indignación.
La mirada de Amjad se volvió primero hacia sus hermanos, que flanqueaban a su padre, y después hacia el mar de representantes tribales que abarrotaba la lujosa sala de Dar Al Adl, el Palacio de Justicia de Zohayd. Todos estaban esperando una respuesta; la pregunta del rey todavía reverberaba en los arcos y cúpulas del venerable edificio, y sus rostros mostraban una mueca de anticipación.
¿Me perdonarás, Amjad?
Pero Amjad ya había perdonado más de lo que nadie habría perdonado.
Había perdonado a su prometida por no llegar virgen al matrimonio. La había tranquilizado y le había asegurado que nunca le exigiría lo que él tampoco podía ofrecer. Le había dicho que las decisiones que tomara después de convertirse en su esposa, eran lo único importante.