Iba yo a moverme una vez más para que no pudiera verme, pero no tuve tiempo ni lo necesité. ¿Qué vi? Frente a frente, en aquel patio en el que no se habían encontrado, seguro, nunca -pues el Sr. de Charlus sólo acudía al palacete de Guermantes por la tarde, en las horas en que Jupien estaba en su oficina-, el barón, tras haber abierto de par en par sus ojos entornados, miraba con una atención extraordinaria al antiguo chalequero en el umbral de su tienda, mientras éste, clavado de súbito al suelo delante del Sr. de Charlus, arraigado como una planta, contemplaba con expresión maravillada la opulencia del envejecido barón. Pero, al haber cambiado la actitud del Sr. de Charlus, la de Jupien cobró -cosa más asombrosa aún- armonía, como conforme a las leyes de un arte secreto, con ella. El barón, quien ahora intentaba disimular la impresión que había sentido, pero,pese a su indiferencia afectada, parecía alejarse con pesar, iba, venía, ponía la mirada perdida del modo que, a su juicio, mejor hacía resaltar la belleza de sus pupilas, adoptaba una expresión fatua, descuidada, ridícula.